Tras el terremoto…
“La reconstrucción de Chile habría de ser, según Sto. Tomás, tanto material como espiritual. Ha de tener su fuente no sólo en la fraternidad natural entre las personas, sino en un amor mucho más fuerte, capaz de superar todo cansancio y dificultad humanos, porque es el mismo amor de Dios: la caridad”.
Recientemente se ha encuestado a jóvenes sobre “Mi primer terremoto”. La mayoría concuerda en valorar mucho más la vida, la familia y amigos, y un gran número sostiene que “lo material (o el dinero) no lo es todo”. Para ejemplificar esto, dos comentarios: “Debemos ser solidarios siempre, no sólo en la adversidad”. “Aprendí a valorar tanto la preocupación de mi familia por mí, como la de Chile por nuestra gente. Creo que somos un país con metas claras y a veces necesitamos estos ‘movimientos’ para recordarnos que estamos hechos de amor”.
Efectivamente, esta valoración de los jóvenes la ha confirmado la ayuda de tantos que han puesto de manifiesto que “de los males siempre se pueden sacar bienes”. Con estos temas entre manos del amor, de la ayuda solidaria y la caridad nos acercamos de nuevo al sabio de Aquino para aprender de él. Pues bien, aunque no hable directamente de la solidaridad, sino del amor de caridad, podemos atisbar cómo abordaría la relación entre ambas.
Sabemos que ambas, amor de caridad y solidaridad, se aplican a aquellas relaciones interpersonales en que se establecen lazos de simpatía o compartir mutuo en torno a un bien. La solidaridad nos mueve a ayudar a otras personas en necesidad precisamente porque son personas, es decir, iguales a nosotros como personas y por tanto en dignidad. Presupone, por tanto, una cierta fraternidad que de una manera espiritual nos hace “hermanos” (que en latín se dice frater). Y exige, por ello mismo, una cierta obligación hacia el hermano de ayudarle, especialmente cuando se encuentra más necesitado, a llevar sus cargas como si fueran propias. Así considerada, la solidaridad sería una cierta obligación de justicia, como exigencia de la convivencia entre los hombres, por la que, como ya vimos, uno se dispone a dar a cada uno lo que por derecho le corresponde, en virtud de la unión de fraternidad. Según esto, la solidaridad es una virtud natural.
¿Consiste en esto el amor de caridad? Aunque Sto. Tomás le dedica muchas y bellas páginas, aludiremos sólo a su esencia. Baste decir que la caridad es el amor más perfecto al que podemos aspirar porque es amar con el mismo amor de Dios. En efecto, superando el amor natural de amistad, por el que se quiere el bien de la persona amada por ella misma y no de forma egoísta o autorreferente, la caridad ama sobrenaturalmente. ¿Es esto posible?
Efectivamente, si todo amor se caracteriza por la simpatía hacia algo o alguien considerado como bueno, ese amor será tanto más sublime cuanto más perfecto sea aquello bueno que se ama y cuanto más efectivo sea ese amor –pues el sentir es insuficiente si no se traduce además en obras. Pues bien, parece obvio que amar a una persona será más perfecto que amar una cosa, debido a la superioridad de la persona. Y, en esta escala, como Dios es el Bien supremo, amarlo a Él será el amor más perfecto. Sin embargo, ¿cómo amar a Dios de manera conveniente, tanto afectiva como efectivamente? Ciertamente, no podríamos si Él mismo no nos comunica su misma vida divina. Y en esto consiste el amor de caridad: “en una amistad del hombre con Dios” que Él nos regala porque quiere. Y porque Dios nos ama y permite que le amemos de esa forma, ese amor, que brota de la caridad divina, se desborda hacia el prójimo, también de forma gratuita. Claramente, este amor supera con mucho la obligación de la justicia que caracterizaba la solidaridad, y es por eso más perfecto.
Es por eso que la caridad no puede brotar más que de la unión con Dios y tiene como efecto el amor a Dios por encima de todo. Y como ese amor que Dios nos tiene y que anida en nosotros, se desborda en los demás como un manantial, de igual forma provoca que nos amemos a nosotros mismos y al prójimo como Dios nos ama. Además, se materializa en la búsqueda de los bienes espirituales antes que de los materiales. Es por eso que el amor de caridad, aunque se plasme en ayudas materiales, va siempre más allá, porque las ve como un paso en el crecimiento integral de la persona como un todo material y espiritual, y mueve a ver en cada persona una criatura de Dios, llamada a participar de la misma vida divina. Así es como la labor misionera siempre eleva la ayuda social solidaria, porque atiende a la persona de forma integral y brota del mismo amor de Dios.
La de Chile ha de ser, pues, y según lo mostrado por Sto. Tomás, una reconstrucción espiritual además de material, que tenga su fuente no sólo en la fraternidad natural entre las personas, sino en un amor mucho más fuerte, capaz de superar todo cansancio y dificultad humanos, porque es el mismo amor de Dios: la caridad.
María Esther Gómez de Pedro
Coordinación Nacional de Formación Personal