La dignidad de la persona
Difícil de entender, pero de gran importancia: Lo característico de la persona, ese ser completo en sí mismo, único, incomunicable e irrepetible, conlleva que toda vida personal toque y transforme a su paso otras vidas, para bien o para mal.
Hace poco escuchaba acerca de los derechos que la legislación chilena reconoce al nasciturus ya desde el seno de su madre. Tal afirmación opera a partir del hecho de que todo ser humano es persona. Pues, efectivamente, ¿podría existir un ser humano y no ser persona, como si la vida personal le adviniera en un momento posterior al inicio de la vida, al modo como les salen los dientes a los niños? Si así fuera, ¿qué sería antes?
Persona es ese ser que puede conocer su fin y dirigirse libre y conscientemente a él. Su capacidad de elección y, por tanto, de ser dueña de su vida procede de su espiritualidad, de su racionalidad. Racional no sólo en cuanto capaz de conocer y expresar la realidad en lo que es y de discernir el bien y el mal, sino también de dirigirse a sí misma pudiendo orientar su vida hacia lo que le perfecciona: tender lazos interpersonales en una comunicación en el amor.
Santo Tomás dice que “persona significa lo más perfecto que hay en toda la naturaleza, o sea, el ser subsistente en la naturaleza racional” (Suma Teológica, Ia, q. 29, a. 3, in c), por lo que posee “gran dignidad” (ad. 2) que pide ser reconocida y valorada. Lo mismo se aplica al nasciturus, o al niño con retraso, o al criminal de guerra, o al presidente de una gran empresa. Y esta dignidad proviene, no de las Naciones Unidas o de la Carta de los Derechos Humanos, sino en última instancia de Dios, al crearnos a su imagen y semejanza.
Efectivamente, la vida del ser humano es tan especial que convierte cada hombre en un ser único, completo en sí mismo, irrepetible y con una vida interior propia, incomunicable, es decir, personal. Lo ‘personal’ implica una vida absolutamente única, irrepetible e irreducible a otra –aunque tengamos en común con los demás el pertenecer al mismo género, el humano. La persona tiene identidad, es ella misma con su pasado, presente y proyección futura, de lo cual puede ser consciente. Cada persona hace historia, su propia historia y sobre cada una podría escribirse una biografía exclusiva. A la vez descubrimos que la riqueza de cada persona es tal que está llamada a trascenderse, a tender puentes y a comunicarse con otras personas, desde su propia intimidad. Por eso no construye la historia aisladamente, sino entrelazada con otras vidas personales, igualmente únicas e irrepetibles con las que traza la historia en una comunicación de su vida personal íntima. El fruto de sus decisiones y de sus actos, lo que haga o deje de hacer, influye en los demás –para bien o para mal. Precisamente en su mes, podemos considerar cómo el P. Hurtado tocó para bien muchas vidas en Chile. Sin duda. Y a su vez también él fue tocado por otras: su madre, sus tíos, sus educadores y directores espirituales, los desheredados. Optó libremente por lo mejor, aunque no fuera siempre lo más fácil, e hizo mejor la vida de muchas personas. Pero ¿y si no hubiera existido o no hubiera tomado tal opción?
Así es, en cuanto persona, nadie es suplantable: sólo ella puede ‘tocar’ y ‘transformar’ su vida y las que le rodean. En lo grande en lo pequeño, en lo extraordinario y en lo cotidiano.
Esther Gómez
Centro de Estudios Tomistas