Justicia: dar a cada uno lo suyo
De cara a continuar con nuestras reflexiones acerca de la felicidad, recordemos que el hombre bueno o virtuoso es el que mejor se prepara para lograrla. De ahí el título de una de nuestras anteriores cápsulas “Ser buenos para ser felices”. Pues bien, después de reflexionar acerca de la prudencia, una de las cuatro virtudes cardinales (1) necesarias para lograr la felicidad en esta vida, atendamos a la virtud de la justicia.
A diferencia de la prudencia, que hunde sus raíces en el entendimiento, la justicia no consiste en conocer o en juzgar acerca del actuar, sino en el mismo obrar, en actos hacia el exterior. Por eso radica en la facultad de la voluntad, por la que queremos lo bueno y lo ponemos por obra.
Se diferencia también del resto de las virtudes cardinales porque se orienta no hacia uno mismo, sino hacia los demás, en la medida en que consiste en obrar con rectitud en relación a los otros. Por eso se dice que la persona justa se comporta correctamente con los demás, que es distinto, si puede decirse así, de “comportarse bien” con uno mismo. De aquí que Sto. Tomás la defina como “el hábito según el cual uno, con constante y perpetua voluntad, da a cada uno su derecho” (es decir, lo que le corresponde, lo suyo, lo justo) (Suma Teológica, II-IIa, q. 58, a. 1). La justicia siempre se refiere a otra persona y versa sobre el derecho, es decir sobre “aquello que, según alguna igualdad, corresponde a otro, como –por ejemplo- la retribución del salario debido por un servicio prestado” (Ibid, q. 57, a. 1). Conviene señalar que esto que corresponde a otro no debe identificarse sólo con dinero o algo material, pues puede ser un reconocimiento (a una obra hecha, a una dignidad), una ayuda (ante una petición, como muestra de piedad), algo material (un regalo, un sueldo estipulado por un contrato), algo espiritual (una muestra de amor, de apoyo, una oración, un acto de culto), etc.
Por igualdad se entiende la correspondencia o ajuste -justicia- entre el acto de una persona y lo que debe recibir por ello, como se pone de manifiesto en el ejemplo del salario, que se debe ajustar al servicio prestado. Por cierto, que la balanza con la que se representa a la justicia es señal de esta igualdad. Según sea el acto realizado por otro, así será lo justo, que no es fijo sino que depende de lo recibido o previamente dado. Por eso sería una falsa justicia dar a todos lo mismo, pues cada uno, de acuerdo a lo que le diferencia o le es propio, de natural o por su obrar, deberá recibir según lo que ha realizado. Una madre que da jugo natural de naranja a un hijo enfermo pero no se lo da al que está sano, porque no lo necesita, está realizando un acto de justicia; mientras que, por el contrario, sería injusto que repartiera entre todos sus hijos, por igual, una medicina contra la gripe bajo el pretexto de que si no lo hace, los hijos sanos podrían sentirse tratados injustamente.
Interesante recordar aquí que esta igualdad no es creación nuestra, sino que viene señalada por la naturaleza misma de las cosas, “como cuando alguien da tanto para recibir otro tanto”. Esto, por otro lado, es obvio, y de sentido común -baste recordar el origen del fenómeno del trueque. Una vez reconocido este criterio que emana de las cosas mismas, se puede establecer una igualdad según convención (sea a nivel social o entre particulares). Al primer tipo, le llama derecho natural, que es la base del segundo, al que llama derecho positivo, del que pende la justicia legal, por ejemplo. De esto se deduce que el derecho positivo o convencional que no se ajuste al natural, no sería propiamente justicia.
La justicia, como toda virtud, también se orienta al bien, pero no al individual sino al de la sociedad, que es el bien común. Y esto permite reconocer en ella una cierta prioridad sobre el resto, debido a que el bien común goza de cierta preeminencia sobre el individual en el orden temporal y dentro de la sociedad política.
Por eso, podemos concluir diciendo que “La justicia es alabada en la medida en que el virtuoso se comporta bien con respecto al otro” (Ibid, q. 58, a. 12), pues “las virtudes más grandes son necesariamente las que son más útiles a otros”, afirma con palabras de Aristóteles. ¿Y qué mayor muestra de justicia que el amor manifestado en la misericordia hacia personas que tienen, como nosotros, la misma eminente dignidad de ser personas humanas?
María Esther Gómez de Pedro
Coordinación Nacional de Formación Personal
1.- Recordemos que las cuatro virtudes cardinales son: prudencia (de la que se habló en las dos anteriores cápsulas), justicia, fortaleza y templaza.