descanso

Descansar para reencantarse

Descansar no es no hacer nada, sino cambiar la actividad para recuperar la frescura.

Suele pasar que cuando tenemos algo, añoramos otra cosa, o que al vivir un evento o una situación, nos gustaría que fuera de otra manera. Y eso nos pasa prácticamente a todos. Pero también nos pasa que cuando tenemos esa otra cosa que añorábamos, al cabo de un tiempo deseamos otra o, incluso, aquella primera que teníamos nos parece mucho mejor en comparación con la segunda. ¿Es porque no sabemos lo que queremos o porque nos cuesta permanecer satisfechos una vez que lo conseguimos? Importante tema, pues esto redunda en nuestra felicidad o infelicidad.

Parafraseando a San Agustín, que supo mucho de estas vivencias de búsqueda de vida plena, Tomás de Aquino asume que han de cumplirse dos condiciones básicas para ser feliz, pues sólo lo es “el que posee todo lo que desea y no desea nada mal” (Suma Teológica, I-IIa, q. 3, a. 4, ob. 5). En efecto, si la felicidad se entiende como un cierto estado de plenitud y satisfacción interna por la consecución de un bien, que cuanto mayor y más perfecto sea, mayor felicidad hace posible, no se conseguiría mientras siga vivo el deseo de algún bien que no se posee. Pero tampoco si, incluso poseyéndolo, se desea otra cosa o porque no se valora lo que ya se posee o porque no es algo totalmente satisfactorio. A pesar de tener esto claro, puede suceder que se posea un bien verdadero y real pero que se apetezca otro. Cosa que le pasa al niño que se cansa de jugar con su juguete nuevo y lo tira pidiendo otro a sus padres, o a la persona casada que, incluso dentro de un buen matrimonio, se “encapricha” con otro u otra. ¿Es que el juguete o el cónyuge no es lo suficientemente bueno como para “descansar” y gozar con ello? No es ese el punto en este momento. El punto está en tener la disposición de no dejarnos de asombrar ante eso bueno para seguir valorándolo con un bien en el que gozarnos, por lo tanto, ser felices.

Le pasa a un profesor con su vocación educadora, que a fuerza de aplicarse día a día a su tarea, termina cansándose y necesita reencantarse. No es que la educación pierda valor o importancia, sino que lo fundamental es que él no deje de percibirlo así. Y si lo logra, probablemente será el mejor educador. Y lo mismo puede decirse de las mejores familias, amigos, trabajos, etc. Y como un medio básico para no perder la óptica correcta, es poder captar lo bueno, se hace necesario el descanso, que al cambiar de actividad, nos permite recuperar la frescura y el asombro originario que actúa como motor en todo lo que hacemos. Somos unidad de cuerpo y alma, y por nuestra condición finita, uno o ambos se cansan y exigen un reposo para seguir adelante.

Descansar no es no hacer nada, sino cambiar temporalmente la actividad por otra que nos distraiga y regenere. Y así podremos recuperar la frescura de la mirada personal para lo bueno, lo bello, lo verdadero. ¿Y no es Dios todo eso en su máximo exponente? Por eso el descanso más pleno es el que integra la contemplación amorosa de Dios.

Esther Gómez
Dirección de Formación e Identidad