Amistad y apoyo humano, con Tomás de Aquino
“Una persona es amiga de otra cuando le hace a su amigo/a lo mismo que se haría a sí misma”
Iba a tirar la esponja y no ir a la reunión con su tutora de tesis, porque le parecía imposible lograrlo y estaba estresada. La ansiedad estaba a punto de dominarla. En ese momento, su profesora, al ver que no fue a la reunión, la contactó y le pidió presentarse inmediatamente. Al verla, se percató de su estado y entendió que debía exigirla para dar lo mejor de sí misma y salir del desánimo paralizante que le impedía avanzar. Cuando más lo necesitaba, se le tendió una mano que la ayudó a superar ese momento de crisis.
Esta anécdota, que es real, con nombres y apellidos, es un botón de muestra de lo que podemos ayudarnos si promovemos el bien unos para otros. Cosa que brota del amor genuino, la expresión de una verdadera amistad, por la que “una persona es amiga de otra cuando le hace al amigo/a lo mismo que se haría a sí misma” (Santo Tomás de Aquino, Comentario de la ética a Nicómaco, n. 1797).
Estas relaciones de amistad son cruciales en nuestra vida, por eso nunca se hablará lo suficiente de su importancia. Desde la sabiduría de Tomás de Aquino, este gran pensador que en su vida supo ser un gran amigo de sus amigos, podemos profundizar en sus características. Comentando a Aristóteles específica tres actos o actitudes propias de la verdadera amistad. El primero es la voluntaria prestación de beneficios, que manifiesta la amistad “queriendo y obrando”, a lo que denomina beneficencia, que es hacer el bien para el amigo de manera concreta. Alguien que dice muchas palabras bonitas o incluso hace caricias, pero no obra con gestos concretos a favor del bien del amigo, no lo es realmente. El segundo acto es querer que “el amigo exista y viva por el amigo mismo y no por sí mismo”, a lo que llama benevolencia, es decir, querer el bien para el otro. Esa palabra, que procede del latín, está formada por “bene”, que remite al bien, y “volencia”, que es el acto de querer: y eso es querer el bien para el otro. Y lo tercero y último, la amistad implica tener un mismo corazón o concordia, por la que se comparte con la persona amiga lo que se convive, lo que se elige y también lo que hace sufrir y lo que hace regocijarse. Quien vive esta amistad está presente no sólo en los momentos buenos sino también en los malos.
En coherencia con la benevolencia, “el amigo/a quiere el bien del amigo” (Ibid, 1605), y lo quiere de verdad, no por apariencia ni para quedar bien. Tal amistad es constante, acompañando a la otra persona en sus dificultades, estando a su lado para ayudarle a caminar o superar los obstáculos que se le presentan, y también para decirle la verdad, sobre todo cuando no toma buenas decisiones y actúa mal. Un amigo/a verdadera nunca mentiría solo para quedar bien y no dar disgustos, pues eso es contrario al bien. Por eso añade Santo Tomás que “si hubiese personas malas susceptibles de corrección, que pudieran reconducirse a un estado de rectitud, debe ofrecérsele mayor auxilio para que recuperen las buenas costumbres” (1792). Se corrige a quien se quiere y porque se quiere su bien, aunque debe hacerse con caridad y con profundo respeto, siempre desde la verdad.
Como la vida es un camino a recorrer, y no suele ser fácil, necesitamos caminarla en conjunto para avanzar, cosa a lo que responde nuestra dimensión social y espiritual, y al paso de la amistad, “queriendo y obrando” el bien recíproco. De nuevo Santo Tomás nos invita a cuidar nuestros vínculos, sacándoles brillo y rectificando lo que esté desviado o no se oriente al bien.
Esther Gómez
Directora nacional de Formación e Identidad