Dinero: ¿libres o esclavos?

“¿De qué sirve al necio tener riquezas, si no puede comprar la sabiduría?”

La aproximación del cierre del año suele venir acompañada por carreras apresuradas, evaluaciones, cierres anuales y también por la preparación de celebraciones. Siendo que celebrar fiestas es legítimo y necesario, no dejo de cuestionarme si también lo es el despilfarro y acumulación de cosas materiales que generan. A este respecto Tomás de Aquino se planteó si la felicidad consistía en las riquezas y sus reflexiones fueron tan valiosas profundas que me atrevería a proponerlas para hoy, para el siglo 21.

Nadie niega que el dinero es necesario para vivir o que el tener lo necesario para cubrir las necesidades sea igualmente vital para ser feliz. Pero es ahí donde me parece que radica el punto: no confundir medios y fines, pues el medio se busca para otra cosa mientras que el fin se quiere por sí mismo, y esa es una característica de la felicidad o bienaventuranza. Por eso al plantearse esta cuestión afirma lo siguiente:

“Hay dos clases de riquezas: las naturales y las artificiales. Las naturales sirven para subsanar las debilidades de la naturaleza; así el alimento, la bebida, el vestido, los vehículos, el alojamiento, etc. Por su parte, las riquezas artificiales, como el dinero, por sí mismas, no satisfacen a la naturaleza, sino que las inventamos para facilitar el intercambio, para que sean de algún modo la medida de las cosas vendibles.

Es claro que nuestra bienaventuranza no puede estar en las riquezas naturales, pues se las busca en orden a otra cosa; para sustentar la naturaleza del ser humano y, por eso, no pueden ser su fin último, sino que se ordenan a él como a su fin. […]. Las riquezas artificiales, a su vez, sólo se buscan en función de las naturales. No se apetecerían si con ellas no se compraran cosas necesarias para disfrutar de la vida. Por eso tienen mucha menos razón de último fin. Es imposible, por tanto, que la bienaventuranza, que es el fin último del hombre esté en las riquezas” (Suma Teológica.

Entrega otro argumento de peso al responder a una objeción en el que remite al deseo humano de riquezas: a diferencia de las riquezas naturales, el deseo de las artificiales es infinito “porque es esclavo de una concupiscencia desordenada, que nunca se sacia” (ad. 3).

De esa reflexión, extraigo como lección la invitación a vivir la austeridad de vida de tal manera que tengamos una relación de moderación con los bienes y riquezas que nos haga libres ante ellos y no esclavos, y no de búsqueda de posesión que se ahoga en sí misma, nos deja insatisfechos y puede degenerar además en envidias y amarguras. Pues, como también dice Santo Tomás de Aquino: “El dinero puede adquirir todas las cosas vendibles, pero no las espirituales, que no pueden venderse. Por eso dice Prov 17,16

Dra. Esther Gómez 
Directora nacional de Formación e Identidad