El premio Nobel de la Felicidad

“La felicidad es llamada bien perfecto, como si integrara en sí misma todo lo deseable”.

 

¡Cuánta inspiración brota de tantas personas que han alcanzado altas metas en el desarrollo de la humanidad! A los grandes descubridores de los secretos de la naturaleza a veces les conceden el Nobel, o también a algunos que han destacado por su empeño por la paz y la justicia. Marie Curie y su colega Einstein son buenos ejemplos del mundo científico. Luther King, Teresa de Calcuta y Malala Yousafzai lo son del Nobel de la paz.

Pues bien, Santo Tomás de Aquino podría ser nominado al premio Nobel de la felicidad como maestro que ha guiado a muchas generaciones en el camino hacia ese destino. ¿No es la felicidad igual de importante para la vida de la humanidad, o más, que los descubrimientos científicos y la paz?

Tenemos en nuestras manos un arma maravillosa: la libertad, y podemos usarla de muchas maneras. Es apasionante estudiar esos caminos y discernir cuáles son más acordes a lo que somos y estamos llamados a ser. Pero, sobre todo, vivirlo y avanzar en el camino de la felicidad -aun conscientes de que en esta vida sólo podamos gozar de ella de manera imperfecta. El maestro de Aquino dedicó numerosas y sabrosas páginas a ese estudio, que también vivió en persona. Sabía que para recorrer el camino adecuado necesitamos conocer los obstáculos que aparecerán y si el camino conduce, efectivamente, a la meta deseada, o solo a un espejismo, que parece, pero no es realmente. Y hay tantos caminos…

Al respecto, santo Tomás estudió con dedicación este tema y algunas de sus enseñanzas las podemos enunciar aquí. Él confirma que en cada persona existe una inclinación natural a la felicidad, al servicio de la cual orienta todo lo que hace. Tal felicidad no puede ser cualquier cosa, pues se nos presenta con características muy exigentes, debe ser:  duradera, perfecta, que sacie los deseos más profundos y que nunca nos defraude. Esto ya permite identificar algunas cosas o actividades que son únicamente medios para ser felices, pero que no consisten en la felicidad. Y lleva a concluir que sólo lo bueno en sí mismo saciará ese deseo y nos perfeccionará al elevarnos sobre nuestras imperfecciones.

“[…] la felicidad es llamada bien perfecto, como si integrara en sí misma todo lo deseable. Evidentemente ese bien no es un bien terreno; pues quienes poseen riquezas, desean todavía más, quienes disfrutan de los placeres aún quieren disfrutar en mayor medida, y lo mismo sucede en las restantes cosas. Y si no buscan más bienes o placeres, sí desean, por el contrario, conservarlos o sustituirlos por otros. Nada duradero se encuentra en las cosas terrenas, luego nada terreno puede saciar los deseos. […] [ni hacernos plenamente felices]. Por otra parte, la perfección final y el completo bien de cualquier cosa dependen de algo superior, porque hasta las mismas cosas corporales se vuelven mejores por su fusión con otras mejores, peores al mezclarse con otras peores; como cuando se mezcla oro con plata mejora ésta, mientras que si se mezcla con plomo resulta de peor calidad. Consta que todo lo terreno es inferior a la mente humana (lo espiritual). […]. Además, la mente humana conoce el bien universal a través del entendimiento y lo desea por medio de la voluntad; el bien universal únicamente se encuentra en Dios. Luego nada hay que pueda hacer feliz al hombre, saciando su ansiedad, más que Dios” (La monarquía, I, 8, 26-28).

Tomás de Aquino sí merece el Nobel sobre la felicidad: anduvo e iluminó sus caminos. Aprendamos de él.

 

Esther Gómez

Directora nacional de Formación e Identidad